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LA MUERTE, LOS CEMENTERIOS Y HUANTAJAYA

Columna por MG. Paulo Lanas Castillo, historiador.

La relación con la muerte ha sido, desde que el mundo es mundo, algo enigmático. Nos enfrentamos todos los días a ella sin saber cuándo llegará, pero entre el misterio, también tenemos certezas: por una parte, sabemos que es ineludible, sin embargo, tampoco planificamos demasiado su llegada, procurándonos mejor disfrutar de la vida. Al no saber qué hay después de ella, proyectamos ideas de lo sucede después de ese momento, creando sólidas creencias, costumbres y rituales que dan significancia al misterio. Por consecuencia, quienes continuamos en vida, recreamos religiosamente actividades en torno a ella. En esta línea, la “poderosa muerte” como dirían Los Jaivas, nos permite fundamentalmente la acción de recordar y es estas fechas de inicios de noviembre donde nos aprestamos a aquello.

Es por este motivo que la relación con muerte está llena de artilugios, artefactos e inmuebles. Cada grupo humano o cultura del mundo, se dan la tarea de manufacturar elementos que le permitan recordar, lo que vuelve a la muerte el motivo perfecto para reunirse y crear.

En esta línea, los cementerios, aquellos espacios destinados para el “descanso eterno”, son el mejor ejemplo de creación y activación de la memoria.

A inicios de noviembre muchas familias encaminan sus pasos a los camposantos de sus pueblos, para meditar y reflexionar, llevando ofrendas como flores, juguetes, panes, tarjetas, etc. que les permitan reestablecer una comunicación espiritual y material con sus difuntos. Por ello los cementerios se convierten en lugares cargados de historias. Como una especie de depósito de la memoria, estos lugares reflejan lo que individualmente cada grupo familiar dejó en la tumba del “deudo”, pero que en forma conjunta terminan por construir una necrópolis en constante superposición de épocas. Donde hay o hubo ciudades, pueblos o algún asentamiento humano, habrá un espacio donde estén aquellos que por el destino de la vida partieron antes que los demás.  

En Tarapacá, al igual que otras regiones del mundo, estamos colmados de cementerios. Sin embargo, en Iquique, actual capital, quedan solo tres oficialmente reconocidos como tal y que permiten su uso con nuevos difuntos. El más antiguo es aquel signado con el número 1, emplazado en calle 21 de mayo, en el sector norte de la ciudad, se reflejan en sus pasajes distintas épocas y niveles sociales del Iquique salitrero, el de la Crisis, también de las epidemias, el de la migración, el de la opulencia pesquera y otras épocas ya idas. Se sabe que las tumbas más antiguas son aquellas de fines del siglo XIX.

Se suma al anterior, el camposanto de Av. Salvador Allende (Ex Pedro Prado), que figura con el número 3, siendo un tanto más reciente que el anterior, pero igualmente histórico.

Por otra parte, en el otro extremo de la ciudad, yace un cementerio distinto, con tumbas bajo tierra y pasto en su superficie, el cual es privado y nos acompaña desde la década de 1990.

No queremos dejar de mencionar al cementerio que ya no es tal, y para muchos es casi un mito. Hoy se erige en el sitio donde antes se encontraba, una población, el llamado y extinto cementerio n°2, desaparecido a mediados del siglo pasado, pero recordado por los iquiqueños de esos antiguos. Los difuntos de este camposanto quienes eran por sobretodo gente de escasos recursos en vida, siguen bajo tierra, y sobre ellas, actualmente solo calles, vehículos y casas.  

Por otra parte, es necesario señalar que las otras 6 comunas de la región (Huara, Pozo Almonte, Camiña, Colchane, Pica y Alto Hospicio) poseen cementerios, ya sea activos y/o en desuso, siendo estos últimos muy numerosos y que provienen de otras épocas.

Por ejemplo, en Pozo Almonte y en Huara (las comunas pampinas) existen en su extensión comunal cientos de cementerios históricos sin uso, no enterrándose en sus dependencias ningún nuevo fallecido hace varias décadas. Nos referimos a aquellos recintos legados desde del pasado salitrero, donde cada oficina o pueblo pampino tenía uno. Es común recorrer salitreras y encontrar camposantos formados en madera en sus inmediaciones, pero a estos ya nadie los visita, ya nadie acude a ellos a dejar una flor o a realizar el acto de recordar frente a la memoria de un difunto.

Ahora quisiéramos detenernos en el caso particular de Alto Hospicio, segunda comuna en cantidad de población en la región, que hoy supera con creces a los 150,000 habitantes, la que se encuentra muy pronta a inaugurar su primer cementerio oficial, donde hospicianos y hospicianas podrán dar sepultura en su ciudad a sus familiares que dejan este plano terrenal.

No obstante, Alto Hospicio en su territorio ya tenía cementerios previos, siendo estos históricos y por ende abandonados. El más reconocido de estos, gracias a la labor de la Brigada de Voluntarios por el Patrimonio y la Municipalidad de dicha comuna, es el cementerio del antiquísimo pueblo minero de Huantajaya. El cementerio chileno de Huantajaya, como también es conocido, surge hacia finales de los años 1880, cuando capitales chilenos y europeos, trataron de levantar del letargo y decadencia a las antiguas minas de plata que habían sido explotadas antes por los españoles e incas.

En la zona norte del extenso conjunto minero de Huantajaya, hoy Monumento Histórico Nacional, se establecieron labores mineras que provocaron rápidamente que un centenar de trabajadores y sus familias habitaran dicho lugar. Hacia 1880 existían 6 yacimientos en uso según los registros históricos. Esto sería motivo para que se creara en aquella época el que hoy reconocemos como “cementerio chileno”, el cual aún es visible. Posee características comunes con los cementerios salitreros, dado que se formó y se mantuvo en uso durante el mismo periodo (1880-1940). A pesar que existen otros dos sectores donde los huantajayinos más antiguos dejaron a sus difuntos, como lo son el denominado “cementerio peruano”, surgido aproximadamente entre 1815 y 1820, y el sector de la Iglesia Colonial, donde la costumbre era enterrar a los muertos lo más próximo al altar de esta, quisiéramos en esta ocasión destacar el rol que dicho “cementerio chileno” y sus actuales protectores jugaron para la declaratoria como Monumento Nacional de Huantajaya en el año 2020.

Visionarios, los hombres y mujeres (principalmente mujeres) de la Brigada de Voluntarios por el Patrimonio de Alto Hospicio y el Departamento de Turismo, Cultura y Patrimonio de la Municipalidad de dicha comuna, hace más de una década atrás comenzaron un trabajo que vinculó poco a poco a la actual población hospiciana con la historia de Huantajaya. El trabajo se inició precisamente en el cementerio. A pesar de casi no conocer los restos de quienes ahí “descansan”, la acción de estos organismos fue de tal importancia que, para el Consejo de Monumentos Nacionales, al estudiar la propuesta de declaratoria, se inclinaría aprobarla en 2020 por demostrar el rol patrimonial que ya empezaba a cumplir Huantajaya mediante su cementerio.   

Hoy la romería hacia los cementerios de Huantajaya, es una actividad relevante en la comunidad regional y se proyecta a seguir creciendo. Esta fue creada en el mismo contexto de rescate patrimonial de los actores antes mencionados. Año a año, al iniciar el décimo primer mes del año, Bandas de bronces, coronas de flores de hojalata, autoridades y principalmente vecinos y vecinas de Alto Hospicio, renuevan su compromiso con la historia y el patrimonio, como si se tratase de deudos de la memoria histórica del territorio hospiciano.  

Por otra parte, la academia recolecta registros históricos de Huantajaya que, en 400 años de funcionamiento, generó documentos diversos los cuales se encuentran esparcidos en muchos lugares del mundo y que son fundamentales para reconstruir el pasado.  

Es importante entonces entender el peso histórico que tiene Huantajaya, difundirlo y concientizar a todas las personas que buscan identificarse con el territorio de Alto Hospicio. Este trascendental sitio se debe entender como la piedra angular de la minería en Tarapacá, pero hasta hace un tiempo esto solo estaba escrito en papeles, no siendo considerado ni destacado lo suficiente para que la comunidad propia le reconociera su valor correspondiente. Huantajaya seguía ahí dormida en las afueras de la ciudad hospiciana a merced de la destrucción. Sin embargo, hoy en día eso comenzó a cambiar. Huantajaya vuelve a la vida, las autoridades buscan poner en valor dicho lugar para el goce de todos y todas. Pero no debemos olvidar que Huantajaya y su memoria olvidada volvió a conectarse a través de su cementerio, lugar de recuerdo de quienes estuvieron antes en los parajes hospicianos, y que aquello se logró gracias a las acciones de quienes les interesa el patrimonio en la región. La Brigada de Voluntarios por el Patrimonio de Alto Hospicio, la Municipalidad hospiciana, el Departamento de Turismo y Patrimonio de dicha casa edilicia y otros actores, lograron que este mineral comenzara a retornar de la muerte, venciendo el olvido, tarea que sigue adelante.   

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