NacionalNoticias

EL PORTÓN QUE CERRÓ UNA ERA: ASÍ FUE EL SILENCIOSO ARRIBO DEL PRIMER INTERNO COMÚN A PUNTA PEUCO

La llegada del primer recluso común al Centro Penitenciario de Tiltil confirmó el fin de la excepcionalidad histórica de Punta Peuco. El proceso, que contempla obras y futuras incorporaciones de internos, generó rechazo en la comunidad local, que exige mayor seguridad y participación en las decisiones del gobierno.

Por momentos, el silencio en Tiltil parecía más denso que el propio aire. Era jueves, pasadas las once de la noche, cuando una camioneta blanca —sin sirenas, sin luces azules, casi sin respiración— avanzó lentamente por el camino polvoriento que conduce al recinto que por décadas cargó con una sombra difícil de borrar: Punta Peuco.

Detrás de sus muros, alguna vez diseñados para aislar a un capítulo entero de la historia chilena, comenzaba a escribirse otro relato. Y lo hacía con un solo hombre, de 75 años, cabizbajo, que cruzó la reja metálica mientras un puñado de funcionarios verificaba papeles, protocolos sanitarios y rutinas de seguridad.

Ese cruce silencioso, casi inadvertido, marcó un quiebre institucional: por primera vez, un preso condenado por un delito común ingresaba a la excárcel de Punta Peuco, ahora rebautizada como Centro Penitenciario de Tiltil.

No hubo discursos. No hubo cámaras. Solo un portón que se cerró y un país que al día siguiente despertó con la noticia.

La desclasificación del mito

A comienzos de noviembre, un decreto modificó la naturaleza del recinto: dejó de ser un penal exclusivo para condenados por crímenes cometidos durante la dictadura y pasó a formar parte del sistema penitenciario común. Un cambio administrativo, sí, pero también un cambio simbólico que removió aguas que hasta ahora parecían quietas.

El ministro de Justicia y Derechos Humanos, Jaime Gajardo, había advertido que la transformación no era cosmética: el recinto dejaría atrás su estatus de “especial” y sería integrado plenamente a los protocolos de clasificación y segmentación que rigen al resto de las cárceles del país.

La teoría se volvió práctica esa noche. Y con el ingreso del primer interno —un anciano condenado hace más de una década por violación de menor de 14 años— Punta Peuco cambió de piel.

La nueva realidad tras los muros

En el penal, el hombre fue recibido bajo los mismos estándares que cualquier recluso trasladado entre recintos: examen sanitario, control de pertenencias, verificación de identidad, chequeo de antecedentes de conducta… todo, según el manual.

Gendarmería fue tajante: el nuevo interno no representaba riesgo, ni conductual ni operativo, y podía convivir sin fricciones con la población ya existente.

La cárcel, con capacidad para 133 personas, supera hoy ligeramente su límite, aunque sigue siendo —comparada con los 82 recintos penitenciarios de su categoría— uno de los menos tensionados por la sobrepoblación.

Y mientras avanzan las obras de reconversión —nuevas áreas de visita, oficinas técnicas, adecuaciones de espacios— el plan es claro: en una primera fase podrían arribar 32 condenados por delitos comunes, siempre bajo parámetros estrictos para evitar internos de alto compromiso delictual.

Tiltil: el pueblo que no duerme

A veinte minutos de la garita principal, el ambiente es otro.
En las calles de Tiltil, los vecinos comentan con desconfianza lo que ocurre en “el penal de arriba”. Las manifestaciones de la semana anterior, que llegaron incluso a bloquear la Ruta 5 Norte, habían dejado claro que para muchos la decisión del gobierno no es solo un cambio administrativo: es un golpe directo a la tranquilidad local.

Tras el ingreso del primer recluso común, el descontento no menguó.
El alcalde anunció que la comunidad retomará las protestas. “Esto no ha terminado”, repiten.
Temen que la llegada de internos abra la puerta al crecimiento de campamentos, al aumento de tránsito en la zona y a episodios delictuales en un sector que —denuncian— tiene un número insuficiente de carabineros y escasa infraestructura para absorber los efectos colaterales de un penal en expansión.

Hay miedo. Hay rabia. Y sobre todo, hay la sensación de que nadie les preguntó nada.

Un capítulo que recién comienza

Mientras las obras avanzan y los traslados se evalúan caso a caso, lo cierto es que la reconversión ya está en marcha.

Punta Peuco —ese nombre que durante años estuvo cargado de historia, memoria y controversia— comenzó oficialmente a diluirse, reemplazado por una estructura que pretende funcionar como cualquier cárcel del país.

Pero una cosa es un decreto. Otra, muy distinta, es el peso simbólico.
Y esa noche, cuando el portón se cerró detrás del primer preso común, algo cambió para siempre: el penal que marcó la transición chilena entraba, por fin o por choque, en otra etapa.

No hubo sirenas.
No hubo discursos.
Solo el ruido sordo de una reja de acero que se cerró mientras Tiltil, vigilante y dividido, miraba desde la sombra.

La historia de esta transformación recién comienza. Y nadie —ni dentro ni fuera del penal— parece del todo preparado para el capítulo que viene.

Belén Pavez G., Periodista y Locutora. Licenciada en Comunicación Social. Productora general y Directora de prensa en Vilas Radio. Música y Cat lover.

Artículos relacionados

Botón volver arriba