
-“En la Pampilla o Santiago, Renaico o Puerto Montt, se desata la pasión y se celebra a destajo…”. La voz del Presidente se mezcló con el murmullo de las parrillas, con el humo de los anticuchos y el tintinear de vasos que ya empezaban a brindar. Gabriel Boric no habló como mandatario, habló como payador. En el corazón del Parque O’Higgins, eligió el lenguaje de las décimas para inaugurar las fondas y, de paso, escribir la página más simbólica de su último Dieciocho en La Moneda.
-“Es mi último 18 con la banda tricolor…”, lanzó con un dejo de nostalgia. El verso no cayó en silencio: lo recogieron aplausos, gritos y pañuelos en alto. La multitud lo entendió al instante: aquello no era solo poesía popular, era también un gesto de despedida.
El país en versos
El Presidente recorrió Chile con palabras: nombró Huara y Angol, Visviri y Navarino, Lolol y Cholchol. Hizo del mapa un poema colectivo, una especie de brindis coral donde cabía el norte minero, el sur campesino, las mujeres que sostienen hogares, los científicos que trabajan en la Antártica, los crianceros que resisten en los cerros.
Cada décima fue un espejo. Los que escuchaban se buscaron dentro de ellas como quien se encuentra en una cueca o en una bandera flameando.
Cuecas, guitarras y memoria
La jornada había comenzado solemne, con el Orfeón de Carabineros interpretando el himno nacional y un pie de cueca del Conjunto Folclórico Gil Letelier. Luego, el alcalde Mario Desbordes dio el pase oficial a la “Gran Fonda de Chile”, que este año reúne en el Parque O’Higgins a más de veinte artistas: Leo Rey, Los Vásquez, Amar Azul, Viking 5, Los Charros de Lumaco, Cachureos, Christell, Bafochi y hasta el histórico Pollo Fuentes.
Pero nada de eso superó el momento del poema. Allí, frente al escenario, Boric se transformó en trovador antes que en político.
Entre fondas y despedidas
Tras los versos, el Mandatario pidió celebrar con responsabilidad: “Si van a manejar, no tomen”. Saludó a la gente, bailó cueca y se perdió entre banderas colgando, vasos de vino y guitarras afinando.
Porque aquella noche no fue solo el inicio de las fondas del Parque O’Higgins. Fue también la imagen de un Presidente que, en lugar de discursos acartonados, eligió despedirse con la cadencia de la poesía popular.
Un Boric que se fue entregando su corazón “en décimas de sangre”, bajo un último grito que todavía resonaba entre la música y el humo de la parrilla:- “¡Viva Chile! ¡Sí, señor!”