SICARIOS A SANGRE FRÍA: JOVEN DE 25 AÑOS ES EJECUTADO EN PLENA CALLE DEL CERCADO DE LIMA

Ni siquiera la cercanía de una comisaría evitó la brutal ejecución. Tres sicarios acribillaron a un joven que solo esperaba a sus amigos para ir a jugar fútbol. El crimen desnuda la impunidad con la que operan las bandas en Lima.
Lima vuelve a estremecerse bajo el peso de la violencia. Apenas horas después del asesinato de un funcionario de la Embajada de Indonesia en Lince, otro crimen sacudió a la capital: un joven de apenas 25 años fue ejecutado a balazos en la unidad vecinal Mirones, en el Cercado de Lima, Perú, cuando esperaba a sus amigos para ir a jugar un partido de fútbol.
Una ejecución en cuestión de segundos
La víctima, identificada como Joel Montoya Gómez, fue interceptada por tres sicarios armados que, sin mediar palabra, descargaron una lluvia de disparos sobre él. Impactos en la cabeza, abdomen y pierna le arrebataron la vida de manera casi instantánea.
El ataque ocurrió en el block 62, en una zona marcada por las disputas entre grupos delictivos. Testigos relataron haber escuchado al menos cinco detonaciones. “Él estaba esperando a sus compañeros para ir a jugar. Es allí cuando lo atacaron”, narró una vecina, aún conmocionada.
Sus propios amigos, desesperados, lo trasladaron al Hospital Arzobispo Loayza. Allí, los médicos confirmaron lo que ya parecía inevitable: Joel no había sobrevivido.
Un crimen frente a la comisaría
Lo más indignante es que la comisaría de Mirones Alto está a pocos metros del lugar del asesinato, pero ello no disuadió a los sicarios ni evitó que la zona quedara convertida en un escenario sangriento.
“Que venga más policía, porque acá los muchachos son tranquilos, paran conversando todos los días. Nunca pasa nada. Y ahora mataron a un jovencito”, reclamó otra vecina, cuestionando la ausencia de patrullaje y la indolencia de las autoridades.
El rostro de la impunidad
La Policía y la Fiscalía investigan si el ataque estaría vinculado a enfrentamientos entre bandas locales. Mientras tanto, las cámaras de videovigilancia del sector se han convertido en pieza clave para intentar dar con los autores.
Pero la realidad es brutal: Lima se ha convertido en un territorio donde los sicarios ejecutan a plena luz del día, sin temor a la ley ni respeto por la vida. El asesinato de Joel Montoya Gómez se suma a una cadena de crímenes que retratan la fragilidad del control estatal en las calles.
Cada bala disparada no solo apagó la vida de un joven que quería jugar un partido de fútbol con sus amigos; también dejó al descubierto la incapacidad del Estado para proteger a los ciudadanos en su propio barrio.
La pregunta que hoy resuena en Mirones —y en toda Lima— es la misma: ¿cuántos jóvenes más deberán morir para que la seguridad deje de ser una promesa incumplida?