
Un vehículo que transitaba por la Ruta 475, camino a Chiapa, cayó más de 500 metros por un barranco en el kilómetro 32, provocando la muerte de su conductor, un hombre de aproximadamente 50 años. La SIAT de Carabineros llegó al lugar por orden de la Fiscalía del Tamarugal para levantar evidencias y reconstruir la dinámica del accidente, mientras se investigan las causas de la pérdida de control.
La noche avanzaba lenta sobre el desierto, esa hora en que el viento raspa como un animal inquieto y la oscuridad convierte a la Ruta 475 en un trazo solitario entre montañas. A las 20:00 horas, la tranquilidad quebró de golpe: un vehículo que avanzaba rumbo a Chiapa dejó de verse en la curva del kilómetro 32. No hubo frenada, ni derrape, ni grito. Sólo un silencio abrupto seguido del eco de un cuerpo metálico deslizándose hacia el abismo.
El barranco —una garganta de más de 500 metros de caída libre— devoró al vehículo sin resistencia. Cuando los primeros habitantes del sector divisaron el destello de un foco moribundo al fondo del precipicio, ya nada quedaba por hacer. El conductor, un hombre de aproximadamente 50 años, yacía sin vida, convertido en víctima de una ruta que no perdona errores ni titubeos.
Alertada la Fiscalía del Tamarugal, la SIAT de Carabineros emprendió una travesía nocturna para llegar al sitio. El equipo especializado descendió entre rocas filosas y polvo levantado por sus propias pisadas, guiados por linternas que parecían insignificantes frente al tamaño del desfiladero.
El mayor Daniel Saavedra Moraga, jefe de la SIAT Iquique, encabezó la investigación. Su voz, firme pero cargada de gravedad, trazó el relato técnico de esta tragedia: “Fuimos convocados para realizar levantamientos pedométricos, fijación de evidencias y reconstrucción de trayectoria. La información preliminar indica que el conductor perdió el control del vehículo, pero aún debemos determinar la causa basal”, explicó mientras el equipo rodeaba los restos retorcidos del automóvil, como si descifrara un rompecabezas roto por la fuerza de la gravedad.
La escena era brutal: partes del vehículo diseminadas entre matorrales secos, la carrocería incrustada en una roca como si el impacto hubiera congelado el tiempo, y el silencio del desierto cubriendo todo con una manta de fatalidad irrevocable. Cada paso de los peritos resonaba como un recordatorio de la violencia de la caída.
Los investigadores reconstruirán los últimos segundos del conductor: la velocidad, la apertura del giro, la posición del volante, la posible distracción, un bache invisible o tal vez la traición de una curva estrecha. Nadie lo sabe aún. Sólo se conoce el desenlace final.
Mientras los peritos comenzaban el ascenso nuevamente hacia la ruta, el mayor Saavedra entregó un mensaje que sonó casi como un ruego: “Llamamos a todos los conductores a desplazarse atentos a las condiciones del tránsito, a una velocidad razonable, a evitar distracciones. Una mínima desconexión, aquí, puede costar la vida.”
En Chiapa, la ruta continúa allí, inmóvil, ajena a la pérdida, esperando a quien se atreva a internarse en su serpentina de oscuridad. La noche volvió a cerrarse sobre el barranco, pero la historia de este conductor quedará marcada en esa roca, en esa caída de quinientos metros, y en la memoria de quienes saben que en las carreteras del norte basta un segundo para que todo se vaya al vacío.







