
El Gobierno Regional y el MOP activan la licitación que promete transformar la A-616, una ruta que será sometida a una completa conservación para enfrentar su avanzado deterioro entre Cuesta El Toro y el Zigzag.
Cuando cae la tarde en el desierto y el viento arrastra ese polvo fino que se cuela en la ropa y la memoria, la ruta A-616 parece suspirar. Son catorce kilómetros de asfalto fatigado, castigado por años de sol implacable, camiones que no perdonan y un abandono que, para muchos, ya se había convertido en destino. Pero este noviembre, entre oficinas, decretos y firmas que corren contra el calendario, algo distinto se mueve bajo la superficie: el anuncio de una licitación que promete devolverle dignidad a uno de los accesos más golpeados del norte de Alto Hospicio.
La escena no es menor. El Ministerio de Obras Públicas, empujado por el financiamiento del Gobierno Regional de Tarapacá, encenderá el motor burocrático para una intervención millonaria: $5.740 millones provenientes del FNDR están listos para cambiar la historia de este camino que une Cuesta El Toro con el siempre sinuoso Zigzag, ese tramo donde cada bache es un recordatorio de urgencias postergadas.
Durante años, quienes circulan por la zona —transportistas, familias enteras, trabajadores que suben y bajan como si el día dependiera de ello— han sorteado grietas, derrumbes menores, rodados y la sensación de que el viaje podría complicarse en cualquier momento. La A-616 se convirtió en un límite invisible: entre avanzar y resignarse.
Hoy, en cambio, las promesas comienzan a rodar. El proyecto contempla una cirugía completa: nueva carpeta de rodado, bermas reforzadas, drenajes que no colapsen al primer invierno altiplánico, señalización renovada y medidas de seguridad vial que, por fin, estén a la altura del tráfico real de esta arteria.
La gobernadora (s) de Tarapacá, Rosa María Alfaro, fue clara al poner el anuncio en perspectiva: “Esta ruta no es solo asfalto: es vida diaria. Es trabajo. Es familias moviéndose para sostener la región. Mejorarla era una deuda que ya no podía esperar”. Su declaración, más que un comentario, parece un reconocimiento tardío a una historia escrita con neumáticos y paciencia.
Quien también levantó la voz fue el director regional de Vialidad, Rodolfo Bustos, recordando que esta obra se suma a una cartera de más de 70 mil millones de pesos en caminos que buscan reconectar una región cuya geografía exige precisión y constancia. No es un simple proyecto más: es una pieza de un rompecabezas gigantesco.
Y en primera línea, el seremi del MOP, Juan Papic, apuntó a la herida abierta con franqueza: “El tramo atraviesa El Boro, un sector vital para Alto Hospicio. La ciudadanía ha sido clara al exponer su malestar y sus riesgos. Con esta intervención buscamos recuperar la seguridad que la ruta perdió hace mucho tiempo”. Palabras que reconocen, por fin, que el deterioro dejó de ser un problema técnico: se convirtió en un problema humano.
Todo esto ocurre mientras otro anuncio corre en paralelo: en noviembre también iniciará la licitación de la ruta A-514 hacia Caleta Buena, parte del mismo plan regional que pretende redefinir el estándar vial en Tarapacá. No se trata de simples obras: es una apuesta por rearmar la columna vertebral de la región, paso a paso, kilómetro a kilómetro.
Y mientras las autoridades hablan y los documentos avanzan, la A-616 continúa allí, silenciosa pero expectante. Quizás por primera vez en años, ese camino descascarado siente que algo está por cambiar. Que este noviembre —entre polvo, máquinas y esperanzas— podría ser el mes en que deje de ser un símbolo del desgaste para convertirse, al fin, en una ruta que vuelve a nacer.







