
Una madre iquiqueña rompió el silencio y lanzó una dura acusación contra el turno médico del 13 de marzo en la Clínica Tarapacá. Su hijo, Esteban, ingresó por un cuadro respiratorio leve y nunca volvió a casa. Hoy, su historia se ha convertido en un grito que exige justicia y humanidad.
En la sala de su casa, Fernanda Cahuas Pérez guarda una fotografía que ya no puede mirar sin que el alma se le quiebre. En ella, Esteban sonríe, joven, vital, con ese brillo de quien aún no conoce el peso del adiós. Dos meses después de aquella imagen, el destino se torció en una habitación blanca, bajo luces frías y miradas indiferentes, dentro de la Clínica Tarapacá de Iquique.
“Entró con un resfriado”, repite Fernanda, como si todavía intentara convencer al tiempo de que se detuviera allí, justo antes de que todo se saliera de control. Lo que siguió, según su relato, fue una cadena de errores, desdén y omisiones que hoy ella describe como una tragedia evitable.
“Nadie sabía qué estaba pasando”
Era el turno del 13 de marzo. Un grupo completo de profesionales atendía esa noche. Pero para Fernanda, lo que ocurrió entre esas paredes fue “un caos silencioso”: “Nadie se comunicaba, nadie explicaba nada. Veía a los enfermeros, a los médicos, moverse sin un propósito claro. Parecía que nadie sabía qué hacer”, recuerda con la voz quebrada.
Nombrar a los responsables le duele, pero lo hace. Menciona a una enfermera a quien califica como “déspota”, a médicos que —según ella— ignoraron síntomas evidentes y a una institución que, a su juicio, intentó cubrir el desastre con formalidades. “Ese día mi hijo confió en ellos, y yo también. Hoy me arrepiento de esa confianza”, dice.
Un error que costó una vida
Esteban, según su madre, fue sometido a un tratamiento inadecuado, sin la debida revisión médica ni la aplicación de protocolos básicos. “Le pusieron lo primero que encontraron. No miraron, no revisaron, no evaluaron”, acusa Fernanda.
El término médico “lex artis”, ese conjunto de conocimientos y prácticas que guían la correcta atención de un paciente, fue —a su juicio— completamente ignorado. “No hubo ciencia ni compasión, solo descuido”, lamenta.
Lo que comenzó como un simple resfriado derivó, en cuestión de horas, en un cuadro irreversible. “Mi hijo no estaba grave. Lo que lo mató fue la ignorancia y la falta de humanidad”, sentencia.
Justicia divina, justicia humana
Desde aquel día, Fernanda vive entre expedientes, denuncias y noches sin sueño. Su búsqueda ya no es solo personal: es un llamado a reformar las leyes que, según ella, amparan la impunidad médica. “A esto no se le puede seguir llamando ‘negligencia’. Cuando un paciente sano muere por error, eso es un crimen. Y los crímenes deben castigarse”, declara.
Las redes sociales amplificaron su voz. Su testimonio, crudo y visceral, recorrió grupos, portales y programas locales, desatando una ola de empatía y también de indignación. “No busco venganza”, insiste, “busco justicia, para que ningún otro Esteban muera por un descuido disfrazado de tratamiento”.
“Te amo, hijo, y te amaré todos los días”
En la puerta de su hogar, Fernanda ha escrito una frase que se ha vuelto su consigna: “La justicia de la tierra y del cielo te alcanzará, hijo mío”.
Cada palabra es un recordatorio de la pérdida y del amor que no se extingue.
“Esteban se fue sin entender por qué lo trataban así. Pero yo sí entiendo ahora: el sistema permite que quienes no tienen vocación ni alma jueguen con la vida ajena. Por eso no me voy a rendir”, promete.
Mientras sostiene la foto de su hijo, mira al cielo y susurra:
“Te amo, Esteban. Y hasta el último día de mi vida, voy a pelear por ti.”
El caso de Fernanda Cahuas Pérez no solo expone el dolor de una madre, sino también una herida abierta en el sistema de salud chileno: la falta de sanciones ejemplares ante los errores médicos que cuestan vidas.
Iquique, una ciudad donde el mar y el desierto se tocan, guarda ahora el eco de un clamor que se niega a ser olvidado: “Justicia para Esteban.”







