
La SIAT confirmó la presencia de múltiples latas de cerveza dentro del auto que chocó en San Miguel y que dejó dos niños fallecidos. El conductor abandonó a los heridos —incluido un menor crítico— y escapó con otros dos adultos, pese a estar plenamente identificado.
A esa hora en que la ciudad parece dormida, cuando el eco de los partidos de fútbol aún flota en el aire y las calles huelen a domingo que se apaga, un estruendo cortó la madrugada en San Miguel. Fue un golpe seco, metálico, brutal. Un choque que partió la oscuridad en dos. Minutos después, los vecinos salían descalzos, en pijama, buscando entender por qué la noche se les llenó de sirenas.
En el pavimento había un auto beige convertido en chatarra; adentro, ocho personas que jamás debieron viajar así: cinco adultos y tres niños apretados en un sedán diseñado para cinco. Y entre ellos, las víctimas más pequeñas de un viaje que no tenía destino: una niña de 13 años, un niño de 2 y un tercer menor —de 11 años— que ahora pelea por su vida conectado a máquinas en el Exequiel González Cortés.
La escena era casi irreal. Latas de cerveza rodando entre los asientos. Una bandera de Colo Colo manchada de sangre. El olor a alcohol escapando por las ventanas reventadas. Y silencio. Mucho silencio, salvo por los gritos de los vecinos intentando ayudar.
Pero había algo más. Algo peor: el conductor no estaba. Tampoco otros dos adultos. Habían escapado segundos después del impacto, corriendo hacia un segundo vehículo que los levantó del lugar, dejándolo todo atrás: los heridos, los niños agonizando, el desastre que provocaron.

La luz roja que nadie respetó
Las cámaras de seguridad son frías, no sienten nada. Pero registraron lo que fue imposible no ver: un auto que avanza por Departamental como si la calle fuera suya, acelerando, ondeando banderas, celebrando un triunfo, ignorando la luz roja que parpadeaba en la esquina con José Joaquín Prieto.
El otro vehículo —manejado por una mujer que resultó ilesa— no tuvo tiempo de frenar. La colisión fue inmediata y el sedán beige salió despedido, chocando contra una barrera metálica. Ese fue el golpe que mató a los niños.
Una vecina lo vio todo cuando abrió la puerta por el estruendo: “Los menores estaban muy mal… muy mal. Había un niño atrapado atrás. No se movía”, dijo con la voz quebrada.
Tres niños en un auto sin control: dos muertos y uno en riesgo vital
Las sirenas comenzaron a llegar, seguidas de automovilistas que, sin saber quién era quién, recogieron a los heridos y los trasladaron a un centro asistencial. En esa carrera desesperada se confirmó lo que nadie en el lugar quería escuchar:
- Una niña de 13 años: fallecida.
- Un niño de 2 años: fallecido.
- Un niño de 11 años: en riesgo vital, conectado a soporte intensivo.
El resto de los ocupantes tiene lesiones de diversa gravedad. Pero hoy la atención está puesta en ese tercer menor, el único que aún no se rinde.
Las pistas dentro del auto: latas, olor a alcohol y banderas de Colo-Colo
Un detalle golpeó fuerte a los peritos de la SIAT: El auto estaba lleno de latas de cerveza.
No era una sospecha, era evidencia. El interior olía a alcohol. Los testigos lo dijeron. La capitán Villouta lo confirmó.
Y había otra señal evidente: banderas de Colo Colo. Todo apunta a que venían celebrando la goleada del equipo albo la noche anterior. Celebración, alcohol, velocidad, una luz roja ignorada… y un saldo que ya no tiene retorno.
El fiscal Renzo Razeto fue claro: “Hay bastantes latas de cerveza en el interior del vehículo… lo más probable es que hubo consumo de alcohol, y eso explicaría la fuga”.
“Es mi cuñado”: la identificación del prófugo
Horas después del accidente, en la sala de urgencias donde confirmaron las muertes, uno de los ocupantes heridos habló. Y lo que dijo cambió el rumbo de la investigación: “Es mi cuñado… él iba manejando.”
Así se identificó al conductor que escapó sin mirar atrás. Está plenamente individualizado y Carabineros lleva toda la madrugada buscándolo.
No volvió al sitio del accidente. No preguntó por los niños. No asistió a ninguno de los otros heridos. Simplemente desapareció.
Un caso que duele porque no debió ocurrir
Casi cinco horas tardaron en identificar a las víctimas, porque ninguno de los adultos sabía o recordaba el RUT de los niños. La composición del grupo es aún un misterio: no se confirma el vínculo familiar entre los ocho ocupantes, ni quién era responsable de los menores.
Mientras la SIAT analiza cada centímetro del vehículo destrozado, mientras los peritos reconstruyen el minuto a minuto, y mientras los padres de la niña fallecida aún no comprenden que su hija ya no volverá, solo una cosa queda clara:
Un conductor presuntamente ebrio se fugó, dos niños murieron y un tercero está en riesgo vital porque alguien decidió que el semáforo rojo no era para él.
San Miguel no durmió anoche. Y quizás no dormirá por mucho tiempo.







