
La Dirección de Obras Municipales de Iquique confirmó que el Salón Venezuela contaba con permiso de edificación, pero reveló que la losa colapsada estaba instalada sobre vigas de madera apolilladas, lo que podría impedir su reapertura definitiva. La tragedia dejó una joven boliviana de 22 años fallecida y dos heridos, y motivó la clausura del inmueble, la investigación judicial y el anuncio de fiscalizaciones a todas las construcciones del sector.
La Dirección de Obras Municipales (DOM) de Iquique sorprendió al admitir públicamente que el “Salón Venezuela”, escenario de la tragedia que costó la vida de una joven trabajadora de 22 años, sí contaba con permiso municipal para funcionar. Sin embargo, en el mismo aliento, el director Sergio García reveló un dato aún más inquietante: el colapso habría sido consecuencia de una losa construida sobre vigas de madera “apolilladas”, deterioro que, según él, hace “poco probable” que el inmueble vuelva a ser habilitado. Es decir: autorizado, pero mal construido; legal, pero inseguro; abierto al público, pero condenado desde dentro.
La ciudad amaneció incrédula. ¿Cómo pudo un recinto con permiso municipal terminar convertido en trampa mortal?
Esa pregunta explotó ayer en la sesión N°67 del Concejo Municipal, cuando García describió —ante concejales, autoridades y prensa— que el sistema constructivo no era el adecuado y que el segundo nivel había sido literalmente sostenido por vigas de madera que, con el paso del tiempo, se debilitaron hasta ceder.
El propio director detalló la secuencia: funcionarios de Obras acudieron al día siguiente del derrumbe, constataron la “malísima construcción” del sistema que soportaba la losa, y procedieron de inmediato a clausurar el inmueble, advirtiendo que deberán realizarse demoliciones internas para evaluar si alguna parte es rescatable. La primera impresión, según García, indica lo contrario.
AUTORIZADO… PERO ¿CÓMO?
Ese fue el punto que encendió más interrogantes.
Si tenía permiso:
¿por qué nadie detectó el uso de madera como base estructural?
¿cómo pasó revisión?
¿existieron inspecciones previas?
El director intentó explicar la aparente contradicción: el permiso existía, pero la ejecución habría sido incorrecta. Sin embargo, la respuesta dejó en el aire un mensaje doloroso: la autorización no evitó la muerte.

EL COLAPSO QUE SE LLEVÓ UNA VIDA
El 16 de diciembre, cerca de las siete de la tarde, la rutina en la calle Thompson se quebró con el estruendo del segundo piso que cayó como roca sobre la peluquería. Polvo, gritos y confusión reinaron entre turistas, vecinos y comerciantes.
Allí murió Rosío Yorimo Vaca, manicurista de 22 años, boliviana, madre de una niña de tres años a quien dejó en el Beni con la esperanza de enviar dinero y verla pronto. Llevaba apenas un mes trabajando en el salón.
UNA CIUDAD QUE MIRA HACIA ARRIBA CON MIEDO
La clausura del inmueble no será el único efecto.
La DOM anunció en el Concejo que desde ahora iniciará un proceso de fiscalización masiva en el cuadrante donde ocurrió la tragedia.
¿Por qué ahora?
¿Por qué después de la muerte?
La pregunta flota en Thompson como la cinta de aislamiento: ¿nos dimos cuenta demasiado tarde?
TRAS EL DUELO, LA CAMPAÑA
Mientras autoridades discuten permisos e irregularidades, la familia lucha por lo más básico: repatriar el cuerpo.
Una colecta se inició entre vecinos y comerciantes. Velatones iluminan las noches. El velatorio se realiza en la Sociedad Boliviana Socorros Mutuo.
Una comunidad migrante llora.
Una ciudad cuestiona.
Un edificio queda clausurado y marcado para siempre.
Y UNA CONCLUSIÓN CRUDA
El Salón Venezuela tenía permiso.
Pero eso no bastó.
Ni la legalidad impidió la tragedia.
Ni los papeles sostuvieron la losa.
Ni la burocracia detuvo la muerte.
Hoy, el inmueble está clausurado.
Mañana, probablemente demolido.
Y en Iquique —de repente— mirar hacia arriba también da miedo.







