
Por primera vez, los inspectores notaron algo extraño: un bus casi vacío, un aire acondicionado averiado en pleno verano y dos hombres que parecían tener prisa por no llegar. Lo que parecía una falla técnica terminó revelando una historia de tráfico, engaño y prisión.
Era el 11 de febrero, y el sol castigaba con fuerza la avanzada aduanera del Río Loa. A esa hora, el calor del desierto no perdonaba ni al metal de los vehículos. Por eso, cuando un bus proveniente de Bolivia se detuvo para fiscalización y sus tripulantes aseguraron que el aire acondicionado no funcionaba, la excusa pareció verosímil… al menos por unos segundos.
El vehículo, perteneciente a la empresa Salvador, iba rumbo a Antofagasta. En la cabina, el chofer Abercio Canqui Flores y su auxiliar Rubén Oruño Pozo, ambos ciudadanos bolivianos, esperaban impacientes mientras funcionarios del Servicio Nacional de Aduanas, apoyados por un perro detector, iniciaban la revisión de rutina.
Pero lo que vino después transformó la escena en un golpe de película.
El can comenzó a olfatear con insistencia el segundo piso del bus, justo donde se encontraba el sistema de aire acondicionado. La reacción fue inmediata. Los funcionarios desarmaron parte del compartimento metálico y, entre cables, conductos y placas, descubrieron dieciocho paquetes de cocaína base y cuatro envoltorios de ketamina. En total, más de 23 kilos de droga escondidos en el corazón del sistema de enfriamiento que, curiosamente, “no funcionaba”.
El bus fantasma
Los antecedentes presentados en el juicio dejaron al descubierto una historia que no cuadraba. El vehículo llevaba apenas tres pasajeros, uno de ellos —para mayor sospecha— la esposa del conductor. No había itinerario claro ni horario de llegada razonable.

“El aire acondicionado supuestamente estaba malo, y ellos viajaban en pleno verano, cruzando el desierto, sin siquiera revisar el sistema”, relató el fiscal especializado Guillermo Arriaza durante el juicio. “Esa excusa, sumada al bajo número de pasajeros y la inconsistencia en los tiempos del recorrido, demuestra que sabían perfectamente lo que transportaban”.
El procedimiento fue corroborado por testimonios de Aduanas, Carabineros y la Policía de Investigaciones, quienes detallaron cómo los paquetes fueron hallados cuidadosamente camuflados en el ducto de aire. Una operación planificada, pero no lo suficiente como para engañar al olfato de un perro entrenado.
Juicio y condena: el viaje que terminó en prisión
Ante el Tribunal Oral en lo Penal de Iquique, ambos acusados intentaron sostener su versión: que desconocían el cargamento y que solo hacían su trabajo de traslado. Pero las pruebas eran irrefutables.
El tribunal dictó sentencia: 5 años y 1 día de presidio efectivo para cada uno, por el delito de tráfico ilícito de estupefacientes. No hubo beneficios ni penas sustitutivas. El viaje que comenzó en Bolivia terminó, definitivamente, entre rejas chilenas.
Una pieza más en la red del narcotráfico
Fuentes judiciales explican que este tipo de operaciones —ocultar droga en estructuras de buses internacionales— ha aumentado en los últimos años. Los narcotraficantes aprovechan los trayectos regulares y las zonas de ventilación o motor para camuflar cargamentos que cruzan la frontera casi inadvertidos.
Esta vez, el calor del desierto y el olfato canino desbarataron el plan. Pero las autoridades reconocen que la ruta del norte sigue siendo un desafío constante en la lucha contra el narcotráfico.
El epílogo de un viaje sin retorno
El bus siguió su camino, pero sin sus conductores. Ambos permanecen tras las rejas, mientras la máquina fue requisada y el caso archivado como una advertencia más en los informes del Ministerio Público:
la droga ya no se esconde solo bajo los asientos o en los neumáticos. Ahora también viaja, silenciosa, por los ductos del aire acondicionado.