
Seleccionadas e identificadas con Autocrotal Oficial, las alpacas cumplen un estricto protocolo que incluye tratamientos, monitoreo constante y evaluaciones diarias del SAG. La cuarentena busca asegurar la trazabilidad y el estado sanitario óptimo exigidos por Brasil, país que reconoce a Chile como territorio libre de enfermedades de alto impacto y que exige pruebas rigurosas para permitir la importación de camélidos vivos.
En medio del altiplano, donde el viento corta la respiración y el silencio es dueño absoluto del paisaje, un grupo selecto de 77 alpacas Huacaya vive su propio “cuarentena express” antes de emprender uno de los viajes más exigentes —y estratégicos— de los últimos años: su exportación oficial hacia Brasil. Lo que para muchos podría parecer un trámite pecuario menor, para las autoridades sanitarias se ha convertido en una operación quirúrgica que exhibe, una vez más, el peso del prestigio sanitario chileno en mercados internacionales.
Un encierro necesario: 30 días bajo lupa sanitaria
Las alpacas, provenientes de distintos predios de Parinacota, no llegaron a esta instancia por casualidad. Cada una fue seleccionada, identificada con el Autocrotal Oficial —una especie de “pasaporte animal” internacional— y sometida a un estricto aislamiento de 30 días que no deja resquicio para improvisaciones.
Durante este mes de encierro, los animales reciben tratamiento antiparasitario general, controles permanentes y una vigilancia casi milimétrica por parte del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG).
Lejos de una rutina tranquila, el aislamiento funciona como una sala de pruebas: aquí se evalúa resistencia, estado sanitario, respuesta a tratamientos y cumplimiento íntegro de las exigencias que Brasil exige para permitir la entrada de camélidos vivos a su territorio.
Un operativo que mezcla ciencia, técnica y tensión andina
Profesionales y técnicos del SAG recorren diariamente los corrales, revisando ojos, dentadura, pelaje, signos vitales, comportamiento y cualquier indicio que pueda alterar la exportación.
Cada visita es una inspección quirúrgica; cada registro, parte de un expediente que debe convencer a un país entero de que estos animales representan cero riesgo sanitario.
Porque si algo falla, no solo se cae el embarque: se arriesga la credibilidad internacional de Chile, uno de los pocos territorios del continente reconocidos como libre de Fiebre Aftosa, Brucelosis, Lengua Azul y otras enfermedades de alto impacto cuarentenario.
Un mercado que se abre… y una responsabilidad que pesa
El director regional del SAG, Álvaro Alegría Matus, no lo oculta: este proceso es mucho más que una exportación. Es una vitrina.
“Cada envío es una prueba de confianza. Brasil exige estándares durísimos y cada alpaca es evaluada como si fuese embajadora sanitaria de Chile”, asegura el directivo.
Para el SAG, cada inspección es una apuesta: si todo resulta bien, la región fortalece sus créditos ante mercados que pagan alto por genética andina de calidad. Si algo falla, se tensa una cadena comercial que cuesta años consolidar.
Las alpacas como símbolo del altiplano que quiere abrirse al mundo
El viaje de estas 77 alpacas no solo representa una operación pecuaria: es la imagen viva de pequeños y medianos productores de Parinacota que buscan expandir sus fronteras productivas hacia Sudamérica.
Detrás de cada animal hay familias, comunidades, crianzas heredadas y una cadena tradicional que hoy se inserta en un comercio globalizado que exige precisión, trazabilidad y perfección sanitaria.
Desde los corrales de aislamiento hasta los documentos finales de exportación, cada paso es un recordatorio de que estas alpacas no solo portan lana: también llevan en su ADN parte de la identidad altiplánica y del prestigio sanitario de todo un país.
El siguiente capítulo: la partida
Una vez cumplidos los 30 días, y si cada análisis respalda lo esperado, los animales abandonarán Parinacota en caravana cerrada rumbo al destino final. Brasil los espera como material genético de alta calidad; Chile los despide como un testimonio más de su reputación sanitaria.
Mientras tanto, las 77 alpacas siguen ahí, entre montañas y amaneceres helados, cumpliendo un aislamiento que no solo abre fronteras, sino que redefine —a paso lento, pero seguro— el camino internacional de la producción andina.







