Lloraba, reía, agitaba su pañuelo e intentaba dar las gracias, pero la emoción se lo impedía. Así estaba Matilde Lemus, cuando la multitud se aproximó a su casa para felicitarla. ¿Para qué? Pues su esposo, un tipo poco disciplinado, de carácter fuerte, determinado, incluso impetuoso, a quien le agradaban las situaciones difíciles, estaba en constante búsqueda de peligro y de reconocimiento, era ahora un héroe.
Se trata del comandante Carlos Condell de la Haza, rubio y bromista, de papá escocés y mamá peruana, integró el “curso de los héroes” en la Armada y, sobre todo, es dueño de un triunfo imposible. Pues, fue el valiente capitán de la Covadonga en el combate de Punta Gruesa.
LA HAZAÑA DE LA COVADONGA
La corbeta Esmeralda y la goleta Covadonga, ambos chilenos, mantenían bloqueado el puerto de Iquique, en ese entonces peruano.
Era mayo de 1879 y, luego de que el vigía de la Covadonga, quien se encontraba en su puesto de trabajo mientras la goleta recorría la bahía, gritó “¡Humos al norte!”. Así divisaron que los dos gigantes de acero peruanos, el Huáscar y la Independencia se dirigían hacia ellos y a la Esmeralda.
Ante la grave situación, Condell habló con el capitán de la Esmeralda, Arturo Prat, quien estaba a cargo del bloqueo.
“Seguir mis aguas, cuidar los fondos, tratar de que las balas enemigas que no nos acierten o caigan sobre la población”, fue la orden al tripulante de la Covadonga, de acuerdo con el relato del marinero Arturo Olid, de 14 años.
La situación se agravó rápidamente. No solo la escuadra chilena había partido rumbo al Callao, principal puerto peruano para iniciar ahí el combate, sino que de los tripulantes de esa empresa no se había tenido noticias y, tras las instrucciones dadas por Prat a Condell, una estampido los obligó a despedirse rápido, sin saber que esa era la última vez que conversarían.
Fue una granada la que explotó entre las embarcaciones chilenas y se inició lo que terminaría en el conocido combate de Punta Gruesa.
EL COMBATE
Así, la Covadonga dejó la bahía de Iquique y a la Esmeralda que, con sus viejas calderas, casi no podía moverse.
En ese momento, un disparo del Huáscar atravesó a la Covadonga de lado a lado y el mar comenzó a colarse.
Salir de la bahía fue una hazaña en sí misma, pues desde el muelle botes peruanos comenzaron a disparar con fusiles a la Covadonga, en tanto la Independencia, dirigida por Juan Guillermo Moore, perseguía a la frágil fragata mientras descargada su artillería.
Con todo, la goleta se enfiló al sur, pegada a la costa, pero los impactos recibidos provocaron daños en su estructura.
La tripulación intentaba contener el agua y, pasada la isla Serrano, en la zona del Molle volvió a sufrir disparos perpetrados por la guarnición peruana que se apostaba allí.
“Vista la superioridad del enemigo, así como también la treintena de botes que se destacaban desde la playa en auxilio de nuestros enemigos, y comprendiendo que por más esfuerzos que hiciéramos dentro del puerto nos era difícil, sino imposible, vencer o escapar a un enemigo diez veces más poderoso que nosotros, resolví poner proa al sur, acercándome lo más posible a tierra”, detalla Condell en su parte sobre el combate, del 27 de mayo.
Pese a las heridas causadas a la Covadonga, hubo una fortuna: no todos los tiros eran certeros, pues la tripulación a bordo de la Independencia era joven y sin ejercicio suficiente para anotar en todos los disparos.
“Sin embargo, aunque intentó embestir en dos ocasiones, la Independencia no pudo espolonear la Covadonga, debido al bajo fondo en que se movía está cerca de la costa. Además, tampoco pudo disparar su cañón de 150 libras, porque desde el buque chileno lograron neutralizar a los artilleros que se acercaban. En esa labor destacaron el teniente Manuel Orella, el sargento Ramón Olave y el marinero Juan Bravo, a quien algunas fuentes le aseguran un origen mapuche (su apellido original sería Millacura)”, consigna La Tercera.
Un tercer intento: Cuando la Covadonga y la Independencia se acercaban a Punta Gruesa, esta última a mayor velocidad, Condell decidió pasar por encima de los arrecifes.
El barco rechinó.
La Independencia lo siguió, encalló y la hazaña: la Covadonga giró y disparó.
DESENLACE
De ese momento existen dos versiones: Para Condell, Moore se rindió. Para él, la bandera peruana se cayó después de un disparo y mando a elevar otra.
Poco rato después, Condell divisó al Huáscar y con eso supo lo que había pasado en la bahía de Iquique y el destino de la Esmeralda.
Entendiendo la desigual contienda, Condell decidió escapar y partir rumbo a Tocopilla. Allí llegó en la noche y al día siguiente fue remolcado debido a las malas condiciones en las que se encontraba, hasta Antofagasta.
La hazaña fue comunicada a las autoridades de Chile y Perú.
El desenlace trágico de la Independencia le costó el puesto Moore, a quien no se le permitió el mando de ningún otro buque.
El marino, herido en su ego, pero con el amor a la patria intacto, se enlistó como voluntario en el Ejército en la defensa de Arica. Allí, a cargo de la artillería, una bala le cobró la vida durante el asalto al Morro. Era junio de 1880.
Condell, convertido en héroe, participó en misas, comidas y recepciones que se organizaron en su honor. En su futuro estaba comandar a la Magallanes y al Huáscar. Tras la guerra, enfermó de un cáncer o algo hepático y la muerte lo encontró en Quilpué en 1887.
El resto de la campaña naval está condicionada por lo que sucedió en Punta Gruesa, pues pese a que Chile perdió una de sus peores naves, Perú una de sus mejores, lo que debilitó al país en su actuar en la Guerra.
Sin embrago, en el aire y en la tierra también se luchó en la Guerra del Pacífico y fue en esos frentes donde se definió el futuro de Chile.
El heroísmo de Condell, Prat y el resto de los marinos en sus tripulaciones contribuyeron al espíritu patriota, tan necesario en el Chile de esos años.
¿QUÉ PASÓ CON LA COVADONGA?
Sus días terminaron en Chancay, 1880. Allí, en la costa peruana, una bomba instalada dentro de un bote tomado por la tripulación explotó.
Años después, los primeros buzos decidieron bajar a buscar objetos de valor que contaran su época gloriosa.