
El silencio del altiplano fue interrumpido abruptamente por una emergencia que hoy mantiene en alerta a toda la región. La Conaf de Arica y Parinacota resolvió clausurar de manera indefinida el sector Chungará del Parque Nacional Lauca, luego de que un camión boliviano volcara y derramara 25 mil litros de aceite de soya, una carga que terminó extendiéndose sobre uno de los ecosistemas más frágiles del país.


La tragedia ocurrió frente a la guardería de Conaf, en el kilómetro 179 de la ruta internacional. El aceite, inicialmente derramado sobre el pavimento, descendió como una corriente oscura hacia el bofedal, donde se acumuló formando una capa espesa que ya dejó aves inmovilizadas, peces sin posibilidad de sobrevivir y microorganismos contaminados. Una parte menor del derrame alcanzó también el Lago Chungará, cuyas algas y vegetación actuaron como la última defensa natural para evitar un daño mayor, aunque insuficiente para frenar la emergencia.


En el lugar trabajan equipos de Senapred, Carabineros, SAG, Sernapesca y Conaf, quienes intentan contener lo que ya es considerado por las autoridades como un golpe directo al corazón ecológico del parque. El director regional de Conaf, Lino Antezana, explicó que mientras el SAG se dedica al rescate de aves contaminadas, Sernapesca realiza análisis del agua para determinar la extensión del daño en los ecosistemas lénticos. Conaf, en tanto, lidera la extracción del aceite que quedó atrapado en los cuerpos de agua del bofedal.
Las primeras evaluaciones son desoladoras. Taguas gigantes, patos jergón y aves de la puna —habitantes habituales de los humedales de altura— están cubiertas de aceite que les impide moverse o alimentarse. La flora tampoco quedó indemne: tolas, suputulas, pajonales y yaretas resultaron impregnadas por el contaminante, afectando especies ya catalogadas como vulnerables.


Aunque otras áreas del Parque Nacional Lauca permanecen abiertas, la zona de Chungará permanecerá completamente fuera de acceso. Conaf pidió a operadores turísticos y visitantes mantenerse lejos, no solo por seguridad, sino para no entorpecer las labores de una emergencia ambiental que recién comienza a dimensionarse.
El derrame vuelve a encender las alarmas sobre la fragilidad de los ecosistemas altoandinos y la urgencia de revisar los protocolos de transporte que cruzan áreas protegidas, donde un solo accidente puede borrar décadas de conservación en cuestión de horas.









