
Fue una historia de promesas rotas, fronteras cruzadas y vidas marcadas por el engaño.
Ayer martes, la Fiscalía de Alto Hospicio consiguió una contundente condena contra cuatro integrantes de una red internacional de trata de personas que operaba desde las sombras, utilizando el espejismo de un empleo digno para reclutar mujeres bolivianas —algunas menores de edad— y obligarlas a prostituirse en prostíbulos clandestinos del norte de Chile.
El cabecilla del grupo, Luis Tocas Romero, de nacionalidad peruana, junto a sus cómplices Alejandra Arteaga Pacamia, Milena Arteaga Pacamia y Jhoan Zeballos Saucedo, todos bolivianos, fueron hallados culpables de los delitos de trata de personas con fines de explotación sexual y tráfico de migrantes. Las penas impuestas son demoledoras: 12 años de presidio para el líder y 10 años para cada uno de sus colaboradores.
El imperio del abuso: cómo operaba la red
Bajo la fachada de supuestos empleos como “camareras”, los acusados recorrían la localidad boliviana de Riberalta, ofreciendo una oportunidad laboral en Chile. Pero tras las promesas, se escondía una maquinaria perversa: las víctimas eran trasladadas de manera ilegal, incluso con sus hijos en brazos, hasta cruzar la frontera chilena por pasos no habilitados.
Una vez en territorio nacional, el verdadero horror comenzaba. Los acusados retiraban sus documentos, controlaban sus movimientos y las obligaban a prostituirse para “pagar” los gastos del viaje, alojamiento y manutención. Las jóvenes, sometidas por miedo, permanecían encerradas en dos prostíbulos clandestinos de Alto Hospicio, donde también se vendía alcohol sin autorización.
El negocio era publicitado a través del portal skokka.com, donde se subían fotografías de las víctimas y se concertaban las citas con los clientes. Según la investigación, cada detalle del sistema estaba fríamente calculado: desde el transporte y alojamiento hasta la promoción digital del “servicio”, todo bajo el control del clan.
Una denuncia que rompió el silencio
La operación policial que terminó desmantelando esta red se gestó a partir de un acto de valentía. Una de las víctimas, desesperada, logró contactar a su familia en Bolivia, relatando entre lágrimas el infierno que estaba viviendo. Esa llamada cambió el curso de los hechos.
Gracias a la denuncia, la Brigada de Trata de Personas de la PDI coordinó un allanamiento simultáneo en los dos inmuebles, logrando liberar a las mujeres y reunir pruebas clave: registros, teléfonos, fotografías y testimonios que dejaron al descubierto una estructura de explotación sistemática y planificada.
Durante el juicio, los relatos de las víctimas —entre ellas dos adolescentes de 15 y 17 años— estremecieron a la sala. Relataron cómo fueron engañadas, amenazadas y reducidas a mercancía humana. La fiscal Jócelyn Pacheco, quien lideró la investigación, destacó la valentía de las jóvenes y subrayó que esta sentencia es “un mensaje claro para quienes lucran con la dignidad de las personas”.
Justicia con nombre propio
Tras varias jornadas de juicio oral, el tribunal no dejó espacio a las dudas. Declaró a los cuatro imputados culpables por unanimidad y los sentenció a cumplir penas efectivas de cárcel sin beneficios, marcando un precedente en la lucha contra la trata de personas en el norte de Chile.
“Este caso demuestra que la trata no es un delito lejano: ocurre en nuestras ciudades, en nuestras calles, y afecta a mujeres que cruzan fronteras buscando oportunidades y terminan atrapadas en una pesadilla”, expresó la fiscal Pacheco tras la lectura del veredicto.
Un golpe al crimen que lucra con la desesperación
Con esta sentencia, la justicia chilena derriba una de las redes más activas del corredor fronterizo norte, donde la trata y el tráfico de migrantes han encontrado terreno fértil en los últimos años.
El fallo no solo marca el fin de un ciclo de impunidad, sino que también pone en evidencia la urgencia de reforzar los controles migratorios, fortalecer la protección de víctimas y perseguir con dureza a quienes explotan la vulnerabilidad humana.
La historia de estas mujeres —que cruzaron la frontera soñando con un trabajo y terminaron viviendo un calvario— hoy tiene un nuevo capítulo: el de la justicia que, aunque tarde, llega con fuerza.