
En uno de los oasis más antiguos del altiplano, la tradición vitivinícola indígena revive con fuerza. Delegaciones de cuatro territorios andinos llegarán a Matilla para un encuentro inédito que promete mezclar historia, identidad y un renacer productivo sin precedentes. El desierto, silencioso por siglos, prepara su brindis.
Matilla despierta distinto.
No es un día cualquiera en el oasis donde la vid crece contra toda lógica y donde las noches guardan el aroma de un saber antiguo que se niega a morir. Bajo los parrales que asoman entre las casas de adobe, un murmullo se repite: “Este jueves es histórico”.
Hoy 4 de diciembre, a las 18:30 horas, la pequeña y legendaria plaza Caupolicán será tomada por un encuentro que, para muchos, llega con décadas de retraso: el Primer Encuentro de Indígenas Vitivinicultores de la Macro Zona Norte, organizado por CONADI en alianza con la Universidad de Tarapacá.
Por primera vez, las comunidades andinas que han sostenido la tradición vitivinícola en condiciones extremas —Codpa, Matilla, Pica y San Pedro de Atacama— se reunirán para compartir sus técnicas, sus vinos y sus historias, pero también para reivindicar algo más profundo: el valor cultural, económico y emocional de producir vino en pleno desierto.

Un renacer que llevaba siglos esperando
La vitivinicultura del Norte Grande no aparece en manuales ni ocupa titulares, pero existe desde hace casi cinco siglos, cuando las comunidades indígenas mezclaron técnicas externas con sus propios conocimientos de riego, suelo y clima.
En estas tierras de aridez extrema, donde el agua vale más que el oro y la sal se incrusta en la piel, hacer vino no es una actividad agrícola:
es resistencia cultural.
En las últimas décadas, esa resistencia tomó una nueva forma: recuperación de variedades históricas, rescate de métodos de fermentación, instauración de pequeños viñedos familiares y experimentación en zonas donde ningún manual técnico aconsejaría plantar una vid.
El encuentro de Matilla será, precisamente, la vitrina pública de ese renacer.
El gesto político y cultural: CONADI lo declara histórico
El Subdirector Nacional Iquique de CONADI, Juan Pablo Pérez Angulo, llegó temprano a Matilla para revisar los últimos detalles. Para él, este evento no solo es una ceremonia ni un desfile de vinos: es un acto de reparación patrimonial.
“Este encuentro reconoce el valor de siglos de conocimiento indígena aplicado a la vitivinicultura en zonas extremas. No es solo producción: es identidad, autonomía económica y transmisión de saberes a nuevas generaciones”, señaló.
CONADI explicó que la actividad forma parte del trabajo del Fondo de Tierras y Aguas Indígenas y del convenio con la Universidad de Tarapacá, iniciativa que busca articular a productores, expertos, autoridades y comunidades para proyectar la vitivinicultura ancestral hacia el futuro.
Exposiciones, catas, arte y un desierto que brinda
El programa del encuentro ofrece un recorrido amplio:
- Exposiciones de productores de Matilla, Pica, Codpa y San Pedro de Atacama.
- Circuito de stands dedicados a vinos, mistelas y derivados elaborados con técnicas tradicionales.
- Presentaciones culturales y artísticas vinculadas al imaginario andino.
- Espacios de diálogo técnico, intercambio de experiencias y reconocimiento a cultores históricos.
Pero también habrá un atractivo irresistible: una degustación abierta de vinos del desierto, donde cada copa contará un pedazo de historia y cada productor podrá explicar cómo se cultiva una vid rodeada de salares.
A las 18:30 horas, cuando el sol retrocede detrás de los cerros, la plaza Caupolicán se transformará en un escenario multicolor donde convivirán los aromas, los cantos y las historias que los pueblos originarios han preservado durante siglos.
Transporte gratuito: el encuentro también es de la ciudad
Para facilitar el acceso desde la capital regional, se dispondrá de un bus gratuito desde Plaza Prat en Iquique, con salida programada a las 16:00 horas. La intención es clara: que nadie quede fuera de este capítulo histórico del Norte Grande.
El desierto vuelve a brindar
Matilla está lista.
Los productores también.
Y el desierto —esa geografía que desafía toda forma de vida— parece dispuesto a celebrar una tradición que nunca desapareció, solo estuvo esperando ser reconocida.
Este jueves, en una plaza iluminada por lámparas antiguas y botellas recién descorchadas, se escribirá la primera página de un encuentro que quiere proyectarse hacia el futuro.
Porque en el Norte Grande, la historia del vino no se cuenta: se bebe, se canta y se hereda.







