
El Senado selló una decisión que reabrió heridas antiguas: Pisagua, uno de los territorios más marcados por la represión en el norte de Chile, quedó fuera del Presupuesto 2026 tras el rechazo de los recursos destinados a varios sitios de memoria. No fue un error técnico ni una revisión administrativa. Fue una decisión política, tomada en bloque por la oposición, que dejó sin financiamiento espacios esenciales para comprender la historia reciente del país y para sostener las garantías de no repetición.

En una jornada maratónica, donde se aprobó gran parte del erario para salud, vivienda, educación y seguridad, la discusión más ideológica se dio en torno a la partida de Cultura. Allí, el Senado rechazó recursos para organizaciones de memoria vinculadas a episodios de prisión política, tortura y desaparición forzada. Entre las instituciones excluidas quedó la Corporación de ex Presos Políticos de Pisagua, un golpe directo a una región que históricamente ha quedado periférica en la agenda nacional.
“El dolor acá en el norte fue enorme, y aún así nos siguen dejando de lado”, expresó Luis Caroca, el presidente de la organización, visiblemente afectado tras conocerse la votación. “A nosotros nos tocó sobrevivir. Y seguimos contando para que nunca más se repita”, agregó, enfatizando que este rechazo no solo vulnera la memoria colectiva, sino que coloca en riesgo décadas de trabajo voluntario realizado sin los recursos que sí han tenido otros sitios del país.


UN MENSAJE POLÍTICO QUE REABRE HERIDAS
El rechazo no ocurrió en un vacío. Fue la culminación de una deliberación donde la inclinación política optó por retirar respaldo a programas de memoria y cultura, argumentando prioridades presupuestarias distintas. Sin embargo, para organizaciones de derechos humanos y para parte del oficialismo, lo ocurrido es un síntoma alarmante: no se trata de un ajuste financiero, sino de una señal política hacia los sitios de memoria que consideran incómodos.

La decisión afectó también a otras instituciones emblemáticas como la Fundación Salvador Allende, la Casa Memoria José Domingo Cañas y la Corporación Estadio Nacional. Mientras algunos sitios fueron aprobados —como Londres 38 y Villa Grimaldi—, el patrón del rechazo dejó al descubierto una diferenciación ideológica que ha sido calificada por parlamentarios como una “afrenta a las víctimas” y un intento por reescribir silenciosamente la relación del Estado con su propia historia.
Pese a que el programa nacional de Sitios de Memoria del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural tendrá un aumento global de 6,8% para 2026, este incremento no asegura el funcionamiento específico de Pisagua, especialmente considerando que la partida que lo financiaba de forma directa fue rechazada en votación política.
UN NORTE INVISIBLE QUE SIGUE RESISTIENDO
La exclusión duele más en Pisagua porque la memoria del norte ha sido históricamente subestimada por el centro político del país. Las fosas encontradas, los restos humanos recuperados en silencio, los testimonios de sobrevivientes y las rutas de exterminio que formaron parte del circuito represivo de la dictadura en Tarapacá han sido reconocidos tardíamente, y hoy vuelven a quedar sin un apoyo institucional claro.


El Gobierno anunció que impulsará un proyecto de ley para blindar el financiamiento permanente de los sitios de memoria, independiente del ciclo presupuestario. Pero para Pisagua, ese camino siempre ha sido cuesta arriba. Los recursos, cuando llegan, son mínimos. Y cuando se rechazan, la sensación no es solo administrativa: es existencial.

“A veces pareciera que para algunos la memoria de Pisagua no importa, porque está lejos, porque somos pocos, porque no somos un centro de poder”, comenta el dirigente. Esa percepción se intensifica cuando decisiones como la del Senado vuelven a dejar al norte en la periferia de las prioridades del país.
El proyecto de ley de Presupuesto ahora regresa a la Cámara de Diputados para su tercer trámite, donde podría revertirse el rechazo. Pero las expectativas son moderadas. Pisagua ha aprendido que, más que depender del Estado, su memoria se sostiene gracias a la terquedad, la resistencia y la dignidad de quienes sobrevivieron y de las familias que aún buscan verdad.
“A nosotros nos tocó sobrevivir”, repite Caroca, con un peso histórico evidente. Y en sus palabras se condensa la sensación de muchos: la memoria del norte vive, pero vive herida. Y aun así, sigue hablando, sigue denunciando y sigue esperando que el país la mire.









