
Crónica de una denuncia que sacudió la tranquilidad de la Costanera
Por momentos, la mañana en el Liceo Elena Duvauchelle Cabezón parecía una postal más de domingo electoral: filas extensas, murmullos nerviosos, adultos mayores buscando su mesa y el inevitable olor a humedad de los colegios costeros, pero bastaron dos palabras pronunciadas con la voz temblorosa de una mujer de 61 años para quebrar la rutina y encender todas las alarmas:“Votaron por mí”.
Karen —vecina de la Costanera, acostumbrada a sufragar sin contratiempos en su natal Talca— se plantó frente a la mesa 250 con el carnet en la mano y la convicción de que su voto era su derecho. Lo que encontró fue otra cosa: su nombre tachado, su RUT marcado y una firma que no era la suya. Una firma ajena. Una firma que la reemplazó.
“Nunca me había pasado esto… yo vengo tranquila, hago mi fila y cuando llego me dicen que ya firmé. ¡Pero no soy yo!”, relató a Vilas Radio con una mezcla de rabia, incredulidad y una dignidad que buscaba no quebrarse frente a los presentes. “Me dicen que firme más abajo, que deje otra firma… ¿cómo va a ser eso? No puede ser que voten dos veces”.
El ambiente, que hasta ese minuto era un fluir lento de electores, se tensó como una cuerda. Gente que esperaba comenzó a mirar, a murmurar. Algunos grabaron. Otros preguntaron qué estaba pasando. La mesa, nerviosa, daba explicaciones a medias. Y Karen insistía en una sola frase que levantó polvo en todo el local:
“Me robaron el voto”.

La respuesta que desconcertó más que el problema
Cuando se le consultó a los vocales y al delegado del local cuál era el procedimiento, la respuesta pareció improvisada, insuficiente y fría:
“Tiene que ir al Servel para ver qué pasa ahora.”
Nada de un protocolo claro.
Nada de un registro de incidentes inmediato.
Nada de una explicación sólida frente a la votante que acababa de perder su derecho constitucional.
“Perdí mi voto… así de simple”, concluyó Karen, con resignación. Y su frase golpeó más fuerte que el viento frío que entraba desde la Costanera.
Una historia que abre preguntas incómodas
¿Cómo puede ocurrir que alguien firme por otra persona?
¿Quién controla que las firmas no sean falsificadas?
¿Por qué la única alternativa para la afectada es “ir al Servel y ver qué pasa”?
¿Qué garantías existen para que este tipo de hechos no afecten el resultado de la elección?
El caso de Karen no es un simple error administrativo: es una alerta, un síntoma, una grieta en un sistema que presume precisión, transparencia y trazabilidad. Y ocurre nada menos que en medio de una elección presidencial y parlamentaria donde el voto de cada persona cuenta.
La escena final, casi irónica, ocurrió mientras se cerraba la entrevista: en segundo plano, desfilaban por la cámara videos de figuras políticas locales, como si la misma jornada hubiese querido añadir un toque surrealista a una historia ya insólita.
El caso que ya circula entre votantes
El relato de Karen comenzó a viralizarse de inmediato entre quienes estaban en el local, comentado en voz baja en los pasillos y repetido con preocupación:
-“¿Y si me pasa a mí?”
Porque lo ocurrido en la mesa 250 del Liceo Elena Duvauchelle Cabezón no es solo una denuncia: es un recordatorio de que, incluso en pleno siglo XXI, incluso con sistemas digitalizados, incluso con protocolos y manuales, la vulnerabilidad del voto sigue dependiendo de una firma en papel.
Y hoy, esa firma no era la de la verdadera dueña del voto.







