
Entre mausoleos centenarios, esculturas de mármol y epitafios escritos en lenguas lejanas, la Ruta Patrimonial por el Cementerio N°1 de Iquique abrió una ventana al pasado de la región de Tarapacá. Un recorrido por la historia, el arte y la identidad multicultural que forjó el puerto más emblemático del norte chileno.
El viento del Pacífico se cuela entre las cruces y las lápidas. Sopla suave, casi en silencio, como si también guardara respeto por quienes descansan en este rincón detenido en el tiempo. Es el Cementerio N°1 de Iquique, ese museo a cielo abierto donde las piedras hablan, los mausoleos cuentan historias y los nombres grabados en mármol relucen como faros de una ciudad que nació mirando al horizonte del salitre.
Con motivo del Día de Todos los Santos, un grupo de visitantes recorrió este sitio patrimonial bajo la guía del arqueólogo José Alflorino Torres y el arquitecto Rodolfo Rojas Figueroa, en una iniciativa impulsada por la Municipalidad de Iquique y la Universidad de Tarapacá. La experiencia fue más que una visita: fue un viaje por la memoria urbana, un reencuentro con los orígenes de la identidad tarapaqueña.

El trazado del camposanto, nacido en tiempos del dominio peruano, revela en cada pasillo la huella de un Iquique cosmopolita. Allí reposan los pioneros del salitre, las familias que levantaron el puerto, los inmigrantes que llegaron con sueños y acentos distintos, y los hombres y mujeres que, desde distintas veredas, moldearon la historia social, política y cultural de la región.
Entre los puntos más emblemáticos del recorrido destacan los Mausoleos Pascal, Urruticoechea y Sloman, verdaderas joyas arquitectónicas del siglo XIX, junto con los panteones de las colectividades inglesa, croata y francesa, que recordaron la diversidad de un Iquique que alguna vez fue llamado “la pequeña Europa del norte chileno”. También fueron visitadas las tumbas de la familia Mayne-Nicholls, la familia Canelo, la de Pedro Gamboni, y la de los Syers-Jones, entre muchas otras que conforman este mosaico de historias compartidas.
“Este espacio es una síntesis de lo que somos como tarapaqueños”, explicó el arqueólogo José Alflorino Torres, con la mirada puesta en los muros que dividen los mausoleos. “Cada rincón del Cementerio N°1 revela distintas formas de entender el arte fúnebre, de representar la vida, la fe y la memoria según la procedencia y la historia de cada familia. Es un espejo del alma cultural del norte de Chile”.
El arquitecto Rodolfo Rojas Figueroa coincidió: “Aquí descansan empresarios del salitre, comerciantes, alcaldes, notarios, profesores, extranjeros y nacionales. Este cementerio refleja la complejidad y la riqueza social de Iquique. Conocerlo es reconocernos: entender cómo se construyó la ciudad, cómo se habitaron los espacios y cómo la memoria se hizo piedra”.

Caminar por el Cementerio N°1 es caminar entre siglos. Las fechas en las lápidas marcan un pulso que une el 1800 con el presente, una línea de tiempo que ha sobrevivido a terremotos, guerras y olvidos. Las esculturas europeas conviven con cruces sencillas, las rejas forjadas en hierro contrastan con los azulejos artesanales, y todo el conjunto forma un relato visual que no necesita palabras para hablar de identidad, migración y pertenencia.
Fundado oficialmente en 1871, el Cementerio N°1 se mantiene como un archivo silencioso que guarda las huellas de dos naciones —Chile y Perú— y de las comunidades que dieron vida a la región. Aquí se respira historia. Aquí la muerte no es final, sino memoria viva.
Cuando el recorrido terminó, el sol se despedía sobre el mar, dorando los panteones y tiñendo el cielo de un naranja salino. Los visitantes salieron en silencio, con la sensación de haber conversado con la ciudad misma. Porque en Iquique, cada tumba del Cementerio N°1 no sólo guarda un nombre: guarda un pedazo de historia que todavía late bajo la arena y el viento del norte.







