
En una celda fría y sin ventanas, el exfuncionario de la Fuerza Aérea, Rodrigo Silva Fuentes, escribió a mano una carta que podría cambiar el curso del caso más escandaloso que ha golpeado a la institución en los últimos años: el NarcoFaCh.
El joven, hoy imputado por tráfico de drogas y recluido en el penal de Alto Hospicio, asegura ser víctima de una traición interna, un “favor entre camaradas” que terminó convirtiéndose en la peor pesadilla de su vida.
“No se imaginan el daño que me hicieron. El tiempo que llevo aquí nadie me lo devolverá”, escribió con tinta azul en el papel arrugado que llegó hasta Vilas Radio.
UNA HISTORIA DE LEALTADES ROTAS
La noche del 3 de julio, un operativo sorpresa dentro de la Base Aérea Los Cóndores, en Iquique, destapó un hecho sin precedentes: una maleta con cuatro kilos de ketamina —droga sintética de alto valor en el mercado negro— que pretendía ser trasladada en un avión institucional rumbo a Santiago.
Detrás del equipaje, según la investigación, habría una red integrada por al menos tres funcionarios activos de la Fuerza Aérea.
Silva, quien se desempeñaba como tripulante de helicóptero, fue uno de los primeros detenidos. Desde entonces cumple prisión preventiva. La Fiscalía lo acusa de haber colaborado en el traslado de la maleta sin revisar su contenido; él lo niega categóricamente.
“Fue un favor a un camarada. No sospeché nada, porque me lo pidió un funcionario, me la entregó otro dentro de la base, con total normalidad”, explica en la carta. “Nunca imaginé que estaba cargando algo ilegal. Ellos engañaron a todos”.
UN RELATO DESGARRADOR DESDE LA CELDA
El escrito, cargado de rabia y decepción, refleja el colapso emocional de un joven que alguna vez juró servir a su país desde el aire.
Silva insiste en su inocencia y asegura haber colaborado con la justicia desde el primer día: entregó su teléfono, claves y pertenencias para las pericias. Sin embargo, la investigación lo mantiene tras las rejas, considerado un “peligro para la sociedad”.
“Ellos traicionaron al país que juraron proteger, y lo peor es que traicionaron a sus propios camaradas”, acusa con dureza.
“Yo sigo aquí pagando por un crimen que no cometí, mientras los verdaderos responsables se esconden detrás del uniforme”.
EL DÍA QUE TODO SE DERRUMBÓ
En su carta, Silva relata con precisión el instante que cambió su vida.
Cuando la maleta pasó por el control de rayos X, un suboficial notó cuatro bultos extraños. La alarma se encendió. Minutos después, con el fiscal de aviación presente, la maleta fue abierta.
“Mi mundo se vino abajo”, escribió. “Eran cuatro paquetes blancos, con forma de harina. En ese momento supe que mi carrera, mi nombre y mi libertad estaban en peligro”.
Los informes del caso confirman que dentro del equipaje se hallaron 4 kilos de ketamina distribuidos en bolsas selladas. Fue el inicio de una investigación que sacudió a la Fuerza Aérea y reveló fisuras internas en la disciplina militar.
ENTRE SOMBRAS Y SILENCIOS
El caso NarcoFaCh ha expuesto una trama inédita: el uso de vuelos institucionales para traficar drogas entre regiones del país.
De acuerdo con fuentes de la investigación, las transacciones no eran nuevas. Ya se habrían realizado al menos dos envíos previos, aprovechando la confianza entre funcionarios.
El propio Silva reconoce que dentro de la institución existía la práctica habitual de trasladar pertenencias entre bases, sin mayores controles.
“La FaCh no estaba preparada para esto. Todos los protocolos se diseñaron para amenazas externas, nunca para mirar hacia adentro”, reflexiona en su texto.
“Ahora la desconfianza será total. Ya nadie volverá a entregar una maleta sin dudar qué hay dentro”.
EL CASO SIGUE ABIERTO
Este viernes se revisarán las medidas cautelares de Silva y otros dos imputados. La Fiscalía y el Consejo de Defensa del Estado mantienen la tesis de una red coordinada de tráfico al interior de la Fuerza Aérea.
Mientras tanto, en su celda del penal de Alto Hospicio, Rodrigo Silva Fuentes espera que alguien crea en su versión: que fue traicionado, utilizado y abandonado.
Su carta, escrita a puño y letra, no busca compasión, sino justicia.
“Solo quiero que se sepa la verdad. No puedo dar nombres, pero ellos saben quiénes son. Me quitaron la libertad, pero no podrán quitarme mi conciencia tranquila”, concluye.