
La Región de Tarapacá se ha convertido en un caso crítico dentro de la economía chilena: mientras todo el país crece, el norte grande enfrenta su tercer trimestre consecutivo de retroceso. Según el Banco Central, la economía regional cayó un 4,1% en el segundo trimestre de 2025, tras desplomarse 15,5% en el primero de este año y retroceder 2,9% en el último trimestre de 2024. La explicación es directa y preocupante: la minería del cobre, motor que concentra el 30% del PIB de la región, está paralizada en su impulso.
El panorama es desolador. Collahuasi, controlada por Anglo American y Glencore, redujo en un tercio su producción, pasando de 284 mil toneladas en el primer semestre de 2024 a solo 189 mil este año. La caída se explica por menores leyes de mineral y restricciones hídricas que golpearon a la planta concentradora.
En paralelo, Quebrada Blanca, a cargo de Teck, no logra despegar con su proyecto de expansión: apenas alcanzó 95 mil toneladas, prácticamente igual que el año pasado, un rendimiento muy por debajo de lo esperado para una de las inversiones más ambiciosas del país.
A estas señales se suma la parálisis de Cerro Colorado, que suspendió operaciones a fines de 2023 tras perder su permiso de extracción de aguas, y la falta de un sector de mediana minería que pueda amortiguar los golpes. Tarapacá depende de cuatro grandes faenas, y cuando alguna tropieza, arrastra consigo a toda la economía regional.
El contraste con otras regiones del norte es brutal. Atacama creció 13,9% impulsada por el cobre, oro y plata; Antofagasta avanzó 4,0% gracias al litio y la construcción; mientras que Arica y Parinacota, incluso con un leve 0,1%, logró escapar del rojo. En el resto del país, desde Coquimbo hasta Magallanes, los indicadores muestran dinamismo en construcción, servicios, manufactura, acuicultura y agricultura. El problema, entonces, no es la minería en sí, sino la dependencia extrema de Tarapacá en un puñado de operaciones que no cumplen lo prometido.
Aunque el dirigente mantiene cierto optimismo al destacar la minería no metálica y la futura fusión de Anglo American con Teck, lo cierto es que la economía local hoy no tiene diversificación ni colchón de protección frente a los vaivenes mineros.
Incluso el comercio, tradicional soporte de Iquique, está debilitado. Las ventas en Zofri han bajado y la informalidad bordea el 34%, lo que agrava la precariedad laboral y resta competitividad a la región. Si bien la tasa de desempleo se redujo de 11,2% en marzo a 8,6% en julio, apenas por debajo del promedio nacional, este descenso no refleja un repunte estructural, sino más bien la fragilidad de un mercado laboral que depende de servicios ligados a un sector minero debilitado.
El resultado es evidente: mientras el resto de las regiones encuentra motores de crecimiento en servicios, agroindustria, construcción o energías, Tarapacá está atrapada en la dependencia de un par de faenas que hoy no responden. La advertencia es clara: sin cambios estructurales y sin un plan real de diversificación, la región corre el riesgo de seguir siendo el punto débil de la economía chilena.